lunes, 12 de abril de 2021

El amor que sana

    El amor que sana es aquel que despliega paz genuina, tal que descarga toda emoción venenosa, y que inspira confianza y estabilidad. El amor que sana es aquel que quita el miedo.

    El miedo ha regido muchas situaciones en nuestras vidas, y ha regido muchos de nuestros comportamientos, a causa del enojo que damos y recibimos, a causa de que no nos respetamos cuando nos decimos cosas que no nos agradan oír (no me refiero a disciplina sana y amorosa, sino a actitudes y palabras bruscas que no nos hacen bien, y que nos hieren en mayor o menor medida).

    Los seres humanos constantemente somos heridos, nos herimos mutuamente, porque estamos acostumbrados a herir a otros. Pero si no paramos de herirnos mutuamente, no habrá solución definitiva para las heridas, pues la única manera de acabar con las heridas es dejando de herir, dejando que sane toda herida en el tiempo presente, y no hiriendo más. 

    ¿Y cómo nos herimos mutuamente? De las siguientes maneras:

    - Malas palabras e insultos. Los insultos hieren, y no nos damos cuenta de cuánto hieren. Como estamos acostumbrados a insultarnos, hemos perdido la sensibilidad hasta sentir y pensar que es algo normal insultarnos mutuamente. 

    - Levantar la voz. El amor verdadero y sanador no está presente en medio de las griterías, ni en el mal rostro. El grito y el mal rostro hieren, porque no provienen de una intención sana de corregir al otro, sino de la intención de descargar nuestra ira contra el otro y de herirlo. 

    - Burlas y bromas de mal gusto. Si decimos a una persona: ¡Qué inútil eres!, y después le decimos: ¡No, es broma!, la persona ya se quedó herida, en menor o mayor medida. Por mucha amistad que haya entre dos seres humanos, las burlas y las bromas de mal gusto son hirientes, ásperas, duras y completamente innecesarias.

    ¿Por qué son hirientes? Porque los seres humanos somos como palomas. La brusquedad, cualquier movimiento brusco o repentino, por muy pequeño que sea, hace que una paloma se asuste y vuele hacia otro lado. Cuando alguien se burla de una persona que era tímida, sensible, tierna, esa persona posiblemente pierde un poco de sensibilidad, y está herida y sufre. Mucha gente que se volvió dura e insensible, es gente que fue tan herida que se contruyó fortalezas a su alrededor para evitar ser heridas nuevamente. Somos como palomas, pero nos volvemos palomas de piedra cuanto más nos hieren. 

    Una mala crítica común es que las personas que expresan su herida son muy sensibles, o muy susceptibles, y que eso es inmaduro. Quejarse de eso es alejarse de la paz entre las personas, y es una muestra de insensibilidad. Se quejan de que los otros son sensibles, y hasta los tratan con soberbia, lo cual es signo de que son insensibles. Pero posiblemente no son insensibles consigo mismos. Quizá lloran en secreto, o sienten emociones deprimentes en secreto por causa de lo que otras personas les hicieron o les dijeron. La verdadera inmadurez es la insensibilidad, no la sensibilidad.

    Ahora bien, no me refiero a las personas que se ofenden fácilmente y por cualquier cosa. Me refiero a la mayoría de las personas, como nosotros. ¿A quién le agrada que lo traten con dureza, con frialdad, con amargura, con burlas, con soberbia, con insultos, con levantando la voz y con mal rostro? A nadie. Por ello el que es insensible debería considerar recuperar la sensibilidad para con los demás, pues al insensible tampoco le agrada ser tratado con aspereza y brusquedad, ni tener que tener fortalezas a su alrededor para evitar ser herido nuevamente, y estar constantemente a la defensiva y la ofensiva.

    Debemos recuperar la ternura y la amabilidad, recuperar el tratar a los demás como si fueran palomas, como si fueran a asustarse con la brusquedad. Porque aunque digamos: Voy a aguantar, o: ¡Aguantá los insultos!, en nuestro corazón no es lo que queremos. Lo que queremos es que nos traten con amabilidad y con tranquilidad.

    No me refiero a la ternura exagerada y ridiculizada en arquetipos tontos. Me refiero a la ternura sincera, de la realidad, la ternura sobria y apacible de la voz de una paloma, del abrir y cerrar de ojos de una lechuza, de una caricia, de las muestras de afecto genuinas.


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